viernes, 25 de octubre de 2019

Autoexigencia

¡Buenas tardes!

Hoy vuelvo al blog con un tema que todos los creativos parecemos tener en común al principio (y en medio, y al final) de nuestra carrera: la autoexigencia, es decir, la evaluación crítica que hacemos de nosotros mismos y nuestros logros constantemente... eso sí, de manera más bien catastrófica.


Imagínate. Te sientas frente al escritorio para empezar con un nuevo encargo. De repente, te entra mucho, mucho pánico, pero, ¿por qué?... Porque quieres que todo sea perfecto. Quieres tener una idea genial, que el lápiz fluya por tus dedos, que los bocetos se acepten a la primera, que no tardes prácticamente nada en colorear, ni en hacer cambios, ni en entregar el producto final. Quieres hacerlo todo en un santiamén y con un nivel de impecabilidad incuestionable. Te has marcado unos objetivos que cumplir, y no hay prácticamente tiempo que perder.

¿El resultado real? Bloqueo, ansiedad, estrés. Dolor físico, de muñeca o de espalda. Sentimiento de culpa y malestar general por no poder hacer lo que tienes que hacer, siendo más que capaz. Te has exigido tanto a ti mismo que, al final, no estás disfrutando del dibujo ni del proceso creativo, si bien has escogido esta profesión porque crear es lo que más te gusta en el mundo.

Pero, ¿de dónde viene esa exigencia, por qué nos exprimimos tanto a nosotros mismos, y no dejamos que, por ejemplo, el jefe de otra empresa lo haga? Ahí está el quid de la cuestión.

En sí, la autoexigencia no es una cualidad negativa, ya que esta tiene como fin hacernos crecer a través del cumplimiento de nuestros objetivos y el análisis que hacemos de los mismos. La autocrítica es necesaria para detectar nuestras flaquezas y trabajarlas, además de para ponernos nuevas metas que superar, tanto desde un punto de vista personal como desde un punto de vista profesional. Así pues, la autoexigencia bien llevada, se puede convertir en nuestra aliada.
El problema se presenta cuando la autoexigencia se convierte en autoexplotación. Esta última deriva, desde mi punto de vista, de una serie de deseos:


  • Del deseo de querer ser profesional. Buscas agradar a tus clientes en todo momento y al ciento por ciento, por ello, te marcas un ritmo de trabajo exasperante, para así cumplir con unos estándares que, en realidad, nadie te ha pedido cumplir.
  • Del deseo de demostrar (tanto a tu entorno como a ti mismo) que puedes con todo, que puedes vivir de dibujar. La creencia de que las personas creativas moriremos alcoholizadas y sin recursos (a lo Mackintosh) te ha dejado huella, de ahí que te hayas prometido derribar ese mito: trabajando sin descanso, llegarás a tu objetivo mucho más rápido y, por supuesto, con éxito.


Este cóctel de anhelos suele aderezarse con fijarse metas irrealizables, pensamientos obsesivos y tendencia a querer ser siempre productivo: finalmente, lo que acaba pasando es que nuestra preciada bebida acaba derramada por la mesa, acompañada de un enorme sentimiento de culpabilidad y el uso de un lenguaje peyorativo hacia nosotros mismos ("no sirvo para esto", "no soy lo suficientemente bueno/a", etc....) por no ser capaces de tener el control.

Por tanto, podemos concluir en que la clave de la autoexigencia no es la de convertirnos en superilustradores, ni en machacarnos, ni explotarnos; más bien, la clave ha de ser motivarnos y hacernos crecer. Para ello, es importante mantener los pies en el suelo, ser conscientes de lo que podemos dar y entrenarnos día a día para evolucionar. La inmediatez no existe en esta profesión (ni en casi nada en esta vida, me atrevería a decir): siempre hay un proceso de trabajo que seguir, unos deberes que hacer y algunos obstáculos que sortear. Por desgracia, los atajos y las prisas sólo sirven para hacernos dar un par de pasos hacia atrás.

Recordemos, además, que las personas creativas somos tremendamente sensibles. Funcionamos según la gestión de nuestras emociones, por lo que hay que tratar de tener siempre una actitud alegre, o al menos, un estado anímico que nos permita mantener el foco en crear. Para ellos, podemos probar a programar nuestra mente para tratarnos bien a nosotros mismos, incluso cuando el síndrome del impostor nos aceche y sintamos que no valemos: si dibujamos o creamos es porque disfrutamos con ello, porque nuestro fin profesional es sentirnos realizados (y si nos pagan por ello, ¡tanto mejor!).

Así pues, no seamos tan duros ni exigentes con nosotros mismos. No nos saboteemos, ni nos pongamos la zancadilla. Disfrutemos de nuestro talento como lo hacen otros artistas: es nuestra mejor baza, hay que saber aprovecharla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario