miércoles, 13 de noviembre de 2019

El precio del arte

¡Buenas tardes! Bienvenidos de nuevo al blog.


Vuelvo a este rinconcito para escribir sobre un tema que ocupa el día a día de los ilustradores y que, por desgracia, no es tan bonito ni tan amable como pudieran ser otros temas; hoy, para ser más explícitos, os quiero hablar del precio del arte.

Me gustaría dirigir esta entrada a otra clase de público, no solo a ilustradores, profesionales del dibujo o creativos en general: más bien, escribo esta entrada para aquellos que consumen nuestra obra y que por ende cuestionan nuestras tarifas (dicho de otro modo, nuestros clientes). No importa si eres un autor, una editorial, una agencia de publicidad, un estudio de animación, etc.; esta entrada va dirigida a todos aquellos que se toman el dicho de el cliente siempre lleva la razón muy a pecho y piensan que, por ello, tienen derecho a exprimirnos.
Desde hace algunos días, vengo leyendo por los grupos de Facebook en los que participo a muchos autores (autores que apuestan por la autoedición, por cierto) que se dedican a lanzar preguntas al aire o peticiones como las siguientes:

¿Cuánto se le paga a un ilustrador novel?

¡Hola, chicos! Acabo de escribir un libro, y busco un ilustrador. Me temo que no puedo pagar, pero prometo hacer publicidad del trabajo realizado.

Busco un ilustrador para mi obra. Serían unas 20 ilustraciones a página doble (40x20 cm). Me temo que no puedo pagar más de 400 dólares.

Este tipo de peticiones se repiten una y otra vez. Lo peor es que no solo se repiten en los grupos de Facebook: también es bastante común encontrar anuncios en portales de empleo en los que cualquier usuario que precisa los servicios de un ilustrador ya ha prefijado su tarifa (ridícula, en la mayoría de los casos), o ya ha decidido que te va a pagar con exposure (visibilidad, publicidad).

El problema, queridos autores que se autoeditan y que pretenden ganar miles de millones con sus libros, es que la nevera de los creativos no se llena con visibilidad, y la luz y el agua no se pagan automáticamente porque en la portada hayas escrito un nombre comercial. Lo cierto es que nuestro trabajo, como en cualquier otra profesión, requiere de mucho tiempo, muchas horas que necesitamos para ganar dinero y, ¡sorpresa!, tener una vida digna con la que pagar nuestros alimentos y conseguir sacar la cabeza de vez en cuando del escritorio.

No quiero parecer muy borde. Comprendo que la autoedición (o el desarrollo de cualquier proyecto gráfico) puede salir muy, muy cara, y que el riesgo es enorme: sin embargo, quiero hacerte entender por qué la ilustración en este proceso es clave y parte de tu éxito, y por qué, además, necesitas invertir en ella y pagar un precio justo. Para ello, he elaborado la siguiente lista:
  1. La ilustración es el reflejo de tu texto. Si tu manuscrito es buenísimo y estás seguro de ello, lo ideal sería que las ilustraciones que lo acompañen sean igual de buenas. Un estilo ilustrativo poco pulido, sucio o mediocre, hará que nadie, salvo tú, sepa lo bien que escribes, ¿y sabes por qué? Porque nadie te comprará ese libro. Me temo que, en este caso, un libro sí se puede llegar a juzgar por su portada. Por tanto, te recomiendo que pagues la tarifa de un profesional serio, pues este se encargará de que tu obra quede reluciente.
  2. Lo barato sale caro. Si tu libro tiene 15 ilustraciones de 40x20 y pagas a 20 euros la unidad, esto sólo puede significar dos cosas:

    a) El ilustrador no es un profesional serio. Puede que dibuje más o menos bien, pero su estilo no es consistente, y la calidad dejará mucho que desear. Probablemente, cuando recibas el producto final, acabes por reconocer que no es lo que esperabas, y tendrás que rehacer todo ese trabajo: tendrás que buscar a un verdadero profesional y pagar de nuevo lo que se te pide.

    b) El ilustrador tiene otro trabajo, bien a tiempo parcial o bien a jornada completa. Esto, en sí, no es negativo: sin embargo, cuando el ilustrador se dé cuenta de que lo que le pagas es una miseria en comparación con la cantidad de horas que tiene que dedicar a tus ilustraciones (de 20 a 30 horas por unidad), acabará por aburrirse y dejando las cosas a medio hacer; el otro caso que puede darse es que el ilustrador se esmere y trabaje en lo que le pides, con el hándicap de que terminará de ilustrar tu cuento en mínimo un año. ¿De verdad vas a esperar tanto?
  3. Los ilustradores también somos autores. Este detalle me parece vital, absolutamente reseñable. Por desgracia, los escritores suelen olvidarse de que nosotros somos los responsables de darles una estética y atmósfera a sus libros: diseñamos los personajes, los espacios en los que viven y desarrollan su historia, las sensaciones de cada escena... Cuando ilustramos, plasmamos en una imagen lo que nos dicen todas y cada una de las palabras de un manuscrito. Ser capaz de convertir esas ideas en un objeto material y palpable también tiene un valor monetario: no todo el mundo posee dicho talento, ni todo el que lo tiene se plantea emplearlo.
  4. En relación con el punto anterior, debes saber que cada ilustrador es único: pasamos muchas horas experimentando con materiales, técnicas, etc., hasta encontrar el método y el estilo que mejor nos funciona. Siguiendo este razonamiento, no es difícil darse cuenta de que estás contratando unos servicios exclusivos, y que el producto que vas a recibir no tiene igual. Tanto la exclusividad como la dedicación a la misma deben abonarse justamente y en consecuencia.
  5. Los ilustradores no (solo) dibujamos por amor al arte. Que me encante mi trabajo no quiere decir que no me tengas que pagar por ello. Esto último, por cierto, tiene mucho de tópico: es obvio que esta profesión guarda en sí un fuerte componente vocacional; sin embargo, no todo encargo que cae en nuestras manos nos encanta. De hecho, muchos encargos es que ni siquiera nos gustan, por diferentes motivos: puede que el tema nos parezca poco atractivo, o que la historia no nos inspire, o que incluso el autor nos cause antipatía, y por tanto, no nos apetezca colaborar con él. Como todo trabajo, la ilustración tiene sus más y sus menos, y uno de los más es que podemos cobrar por crear.
Una vez redactados todos estos puntos, estimado cliente, espero que sientas un poco más de empatía por nosotros, y te plantees si estás siendo lo suficientemente honesto con tu ilustrador. Por supuesto, no me malinterpretes: si tu presupuesto realmente es tan ajustado, no te vamos a pedir que saques de dónde no hay. Lo que sí nos gustaría es que fueras razonable, tanto con lo que ofreces con como lo que pides, para así poder negociar las condiciones del trabajo y alcanzar un acuerdo. Al fin y al cabo, a los ilustradores nos encantaría poder vivir plenamente de lo que hacemos, y una parte clave de ese engranaje eres tú.

Dicen por ahí que el arte no tiene precio. Que el precio se lo pone el artista en cuestión. Personalmente, estoy de acuerdo con esta expresión, aunque solo en parte: en el mundo de la ilustración, echo mucho de menos tener más orientación en cuanto a los precios. Me encantaría que hubiera un consenso a este respecto, porque así no tendría la incesante duda de si estoy menospreciando mi trabajo o si, por el contrario, a los que menosprecio es a mis compañeros. Pienso, además, que dicha orientación también le viene bien a nuestros clientes: a cualquiera que se le pregunte sabrá diferenciar si una jarra de cerveza es más cara o barata en según qué establecimientos. Sin embargo, casi nadie sabrá decir si una ilustración es cara o no. 
En ese sentido (y para finalizar), me encantaría apelar al sentimiento de pertenencia al gremio, con la esperanza de que, algún día, podamos invertir en arte de manera justa para todos y, de este modo, cubrir una necesidad que cada día siento más latente: la de embellecer nuestro entorno y, en definitiva, nuestra vida.

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