domingo, 19 de abril de 2020

Las amapolas florecen sin mí.

Las amapolas florecen sin mí. Eso es lo único que puedo decir.

Aunque, pensándolo bien, quizá sea demasiado pretencioso decir que las amapolas florecen sin mí: ¿acaso, alguna vez, las amapolas han necesitado a alguien más para florecer? Pues claro que no; en todo caso, ellas florecen, y yo... Yo las observo desde bien lejos.



Durante este confinamiento, yo también estoy floreciendo, aunque lo estoy haciendo a otros niveles. Han pasado muchas, muchas cosas desde que escribí aquí por última vez.



Para empezar, terminé de ilustrar Sunny's magical headband, de Elisavet Arkolaki, para Faraxa Publishing. Aún no ha sido publicado, por razones coronavíricas; sin embargo, espero que pronto pueda ver este precioso cuento en mi estantería.



También ilustré No Ordinary Horse para Purple Squirrel World... ¡Y se ha publicado! No sabéis la ilusión que hace ver que tus esfuerzos, finalmente, han dado su fruto.




Además, tuve la suerte de encontrarme por el camino con dos proyectos más: por un lado, está Las Rabietas de Lois, de Alejandra Campo y Noemia Álvarez, un cuento muy dulce que tiene como objetivo transmitir el valor de la empatía, y que será editado por Babidi-Bú. ¡Espero que el coronavirus no retrase su edición!


Por otro lado, tenemos The perfect Lullaby, un poema que combina las nanas más famosas de la lengua inglesa y se transforma en la canción de cuna perfecta para los recién nacidos. Su autora es Brittany Plumeri, que tuvo a bien elegirme para ilustrar este proyecto de la mano de Bear with Us Productions.


Así pues, y después de todo, puedo concluir en que tengo suerte, mucha suerte. A pesar del confinamiento, no me he quedado quieta, ni he pulsado el botón de pause. La vida continúa, y con ella, mis ganas de seguir ilustrando.

miércoles, 13 de noviembre de 2019

El precio del arte

¡Buenas tardes! Bienvenidos de nuevo al blog.


Vuelvo a este rinconcito para escribir sobre un tema que ocupa el día a día de los ilustradores y que, por desgracia, no es tan bonito ni tan amable como pudieran ser otros temas; hoy, para ser más explícitos, os quiero hablar del precio del arte.

Me gustaría dirigir esta entrada a otra clase de público, no solo a ilustradores, profesionales del dibujo o creativos en general: más bien, escribo esta entrada para aquellos que consumen nuestra obra y que por ende cuestionan nuestras tarifas (dicho de otro modo, nuestros clientes). No importa si eres un autor, una editorial, una agencia de publicidad, un estudio de animación, etc.; esta entrada va dirigida a todos aquellos que se toman el dicho de el cliente siempre lleva la razón muy a pecho y piensan que, por ello, tienen derecho a exprimirnos.
Desde hace algunos días, vengo leyendo por los grupos de Facebook en los que participo a muchos autores (autores que apuestan por la autoedición, por cierto) que se dedican a lanzar preguntas al aire o peticiones como las siguientes:

¿Cuánto se le paga a un ilustrador novel?

¡Hola, chicos! Acabo de escribir un libro, y busco un ilustrador. Me temo que no puedo pagar, pero prometo hacer publicidad del trabajo realizado.

Busco un ilustrador para mi obra. Serían unas 20 ilustraciones a página doble (40x20 cm). Me temo que no puedo pagar más de 400 dólares.

Este tipo de peticiones se repiten una y otra vez. Lo peor es que no solo se repiten en los grupos de Facebook: también es bastante común encontrar anuncios en portales de empleo en los que cualquier usuario que precisa los servicios de un ilustrador ya ha prefijado su tarifa (ridícula, en la mayoría de los casos), o ya ha decidido que te va a pagar con exposure (visibilidad, publicidad).

El problema, queridos autores que se autoeditan y que pretenden ganar miles de millones con sus libros, es que la nevera de los creativos no se llena con visibilidad, y la luz y el agua no se pagan automáticamente porque en la portada hayas escrito un nombre comercial. Lo cierto es que nuestro trabajo, como en cualquier otra profesión, requiere de mucho tiempo, muchas horas que necesitamos para ganar dinero y, ¡sorpresa!, tener una vida digna con la que pagar nuestros alimentos y conseguir sacar la cabeza de vez en cuando del escritorio.

No quiero parecer muy borde. Comprendo que la autoedición (o el desarrollo de cualquier proyecto gráfico) puede salir muy, muy cara, y que el riesgo es enorme: sin embargo, quiero hacerte entender por qué la ilustración en este proceso es clave y parte de tu éxito, y por qué, además, necesitas invertir en ella y pagar un precio justo. Para ello, he elaborado la siguiente lista:
  1. La ilustración es el reflejo de tu texto. Si tu manuscrito es buenísimo y estás seguro de ello, lo ideal sería que las ilustraciones que lo acompañen sean igual de buenas. Un estilo ilustrativo poco pulido, sucio o mediocre, hará que nadie, salvo tú, sepa lo bien que escribes, ¿y sabes por qué? Porque nadie te comprará ese libro. Me temo que, en este caso, un libro sí se puede llegar a juzgar por su portada. Por tanto, te recomiendo que pagues la tarifa de un profesional serio, pues este se encargará de que tu obra quede reluciente.
  2. Lo barato sale caro. Si tu libro tiene 15 ilustraciones de 40x20 y pagas a 20 euros la unidad, esto sólo puede significar dos cosas:

    a) El ilustrador no es un profesional serio. Puede que dibuje más o menos bien, pero su estilo no es consistente, y la calidad dejará mucho que desear. Probablemente, cuando recibas el producto final, acabes por reconocer que no es lo que esperabas, y tendrás que rehacer todo ese trabajo: tendrás que buscar a un verdadero profesional y pagar de nuevo lo que se te pide.

    b) El ilustrador tiene otro trabajo, bien a tiempo parcial o bien a jornada completa. Esto, en sí, no es negativo: sin embargo, cuando el ilustrador se dé cuenta de que lo que le pagas es una miseria en comparación con la cantidad de horas que tiene que dedicar a tus ilustraciones (de 20 a 30 horas por unidad), acabará por aburrirse y dejando las cosas a medio hacer; el otro caso que puede darse es que el ilustrador se esmere y trabaje en lo que le pides, con el hándicap de que terminará de ilustrar tu cuento en mínimo un año. ¿De verdad vas a esperar tanto?
  3. Los ilustradores también somos autores. Este detalle me parece vital, absolutamente reseñable. Por desgracia, los escritores suelen olvidarse de que nosotros somos los responsables de darles una estética y atmósfera a sus libros: diseñamos los personajes, los espacios en los que viven y desarrollan su historia, las sensaciones de cada escena... Cuando ilustramos, plasmamos en una imagen lo que nos dicen todas y cada una de las palabras de un manuscrito. Ser capaz de convertir esas ideas en un objeto material y palpable también tiene un valor monetario: no todo el mundo posee dicho talento, ni todo el que lo tiene se plantea emplearlo.
  4. En relación con el punto anterior, debes saber que cada ilustrador es único: pasamos muchas horas experimentando con materiales, técnicas, etc., hasta encontrar el método y el estilo que mejor nos funciona. Siguiendo este razonamiento, no es difícil darse cuenta de que estás contratando unos servicios exclusivos, y que el producto que vas a recibir no tiene igual. Tanto la exclusividad como la dedicación a la misma deben abonarse justamente y en consecuencia.
  5. Los ilustradores no (solo) dibujamos por amor al arte. Que me encante mi trabajo no quiere decir que no me tengas que pagar por ello. Esto último, por cierto, tiene mucho de tópico: es obvio que esta profesión guarda en sí un fuerte componente vocacional; sin embargo, no todo encargo que cae en nuestras manos nos encanta. De hecho, muchos encargos es que ni siquiera nos gustan, por diferentes motivos: puede que el tema nos parezca poco atractivo, o que la historia no nos inspire, o que incluso el autor nos cause antipatía, y por tanto, no nos apetezca colaborar con él. Como todo trabajo, la ilustración tiene sus más y sus menos, y uno de los más es que podemos cobrar por crear.
Una vez redactados todos estos puntos, estimado cliente, espero que sientas un poco más de empatía por nosotros, y te plantees si estás siendo lo suficientemente honesto con tu ilustrador. Por supuesto, no me malinterpretes: si tu presupuesto realmente es tan ajustado, no te vamos a pedir que saques de dónde no hay. Lo que sí nos gustaría es que fueras razonable, tanto con lo que ofreces con como lo que pides, para así poder negociar las condiciones del trabajo y alcanzar un acuerdo. Al fin y al cabo, a los ilustradores nos encantaría poder vivir plenamente de lo que hacemos, y una parte clave de ese engranaje eres tú.

Dicen por ahí que el arte no tiene precio. Que el precio se lo pone el artista en cuestión. Personalmente, estoy de acuerdo con esta expresión, aunque solo en parte: en el mundo de la ilustración, echo mucho de menos tener más orientación en cuanto a los precios. Me encantaría que hubiera un consenso a este respecto, porque así no tendría la incesante duda de si estoy menospreciando mi trabajo o si, por el contrario, a los que menosprecio es a mis compañeros. Pienso, además, que dicha orientación también le viene bien a nuestros clientes: a cualquiera que se le pregunte sabrá diferenciar si una jarra de cerveza es más cara o barata en según qué establecimientos. Sin embargo, casi nadie sabrá decir si una ilustración es cara o no. 
En ese sentido (y para finalizar), me encantaría apelar al sentimiento de pertenencia al gremio, con la esperanza de que, algún día, podamos invertir en arte de manera justa para todos y, de este modo, cubrir una necesidad que cada día siento más latente: la de embellecer nuestro entorno y, en definitiva, nuestra vida.

viernes, 25 de octubre de 2019

Autoexigencia

¡Buenas tardes!

Hoy vuelvo al blog con un tema que todos los creativos parecemos tener en común al principio (y en medio, y al final) de nuestra carrera: la autoexigencia, es decir, la evaluación crítica que hacemos de nosotros mismos y nuestros logros constantemente... eso sí, de manera más bien catastrófica.


Imagínate. Te sientas frente al escritorio para empezar con un nuevo encargo. De repente, te entra mucho, mucho pánico, pero, ¿por qué?... Porque quieres que todo sea perfecto. Quieres tener una idea genial, que el lápiz fluya por tus dedos, que los bocetos se acepten a la primera, que no tardes prácticamente nada en colorear, ni en hacer cambios, ni en entregar el producto final. Quieres hacerlo todo en un santiamén y con un nivel de impecabilidad incuestionable. Te has marcado unos objetivos que cumplir, y no hay prácticamente tiempo que perder.

¿El resultado real? Bloqueo, ansiedad, estrés. Dolor físico, de muñeca o de espalda. Sentimiento de culpa y malestar general por no poder hacer lo que tienes que hacer, siendo más que capaz. Te has exigido tanto a ti mismo que, al final, no estás disfrutando del dibujo ni del proceso creativo, si bien has escogido esta profesión porque crear es lo que más te gusta en el mundo.

Pero, ¿de dónde viene esa exigencia, por qué nos exprimimos tanto a nosotros mismos, y no dejamos que, por ejemplo, el jefe de otra empresa lo haga? Ahí está el quid de la cuestión.

En sí, la autoexigencia no es una cualidad negativa, ya que esta tiene como fin hacernos crecer a través del cumplimiento de nuestros objetivos y el análisis que hacemos de los mismos. La autocrítica es necesaria para detectar nuestras flaquezas y trabajarlas, además de para ponernos nuevas metas que superar, tanto desde un punto de vista personal como desde un punto de vista profesional. Así pues, la autoexigencia bien llevada, se puede convertir en nuestra aliada.
El problema se presenta cuando la autoexigencia se convierte en autoexplotación. Esta última deriva, desde mi punto de vista, de una serie de deseos:


  • Del deseo de querer ser profesional. Buscas agradar a tus clientes en todo momento y al ciento por ciento, por ello, te marcas un ritmo de trabajo exasperante, para así cumplir con unos estándares que, en realidad, nadie te ha pedido cumplir.
  • Del deseo de demostrar (tanto a tu entorno como a ti mismo) que puedes con todo, que puedes vivir de dibujar. La creencia de que las personas creativas moriremos alcoholizadas y sin recursos (a lo Mackintosh) te ha dejado huella, de ahí que te hayas prometido derribar ese mito: trabajando sin descanso, llegarás a tu objetivo mucho más rápido y, por supuesto, con éxito.


Este cóctel de anhelos suele aderezarse con fijarse metas irrealizables, pensamientos obsesivos y tendencia a querer ser siempre productivo: finalmente, lo que acaba pasando es que nuestra preciada bebida acaba derramada por la mesa, acompañada de un enorme sentimiento de culpabilidad y el uso de un lenguaje peyorativo hacia nosotros mismos ("no sirvo para esto", "no soy lo suficientemente bueno/a", etc....) por no ser capaces de tener el control.

Por tanto, podemos concluir en que la clave de la autoexigencia no es la de convertirnos en superilustradores, ni en machacarnos, ni explotarnos; más bien, la clave ha de ser motivarnos y hacernos crecer. Para ello, es importante mantener los pies en el suelo, ser conscientes de lo que podemos dar y entrenarnos día a día para evolucionar. La inmediatez no existe en esta profesión (ni en casi nada en esta vida, me atrevería a decir): siempre hay un proceso de trabajo que seguir, unos deberes que hacer y algunos obstáculos que sortear. Por desgracia, los atajos y las prisas sólo sirven para hacernos dar un par de pasos hacia atrás.

Recordemos, además, que las personas creativas somos tremendamente sensibles. Funcionamos según la gestión de nuestras emociones, por lo que hay que tratar de tener siempre una actitud alegre, o al menos, un estado anímico que nos permita mantener el foco en crear. Para ellos, podemos probar a programar nuestra mente para tratarnos bien a nosotros mismos, incluso cuando el síndrome del impostor nos aceche y sintamos que no valemos: si dibujamos o creamos es porque disfrutamos con ello, porque nuestro fin profesional es sentirnos realizados (y si nos pagan por ello, ¡tanto mejor!).

Así pues, no seamos tan duros ni exigentes con nosotros mismos. No nos saboteemos, ni nos pongamos la zancadilla. Disfrutemos de nuestro talento como lo hacen otros artistas: es nuestra mejor baza, hay que saber aprovecharla.

miércoles, 16 de octubre de 2019

Mercadillos de arte: ¿sí o no?

¡Buenas tardes! ¿Qué tal ha ido la semana?

Para mí, esta última semana ha sido un poco de locura: por un lado, estuve en Madrid en la Feria de editores LIBER (de la que os hablaré un poco más adelante), y por otro, pasé el fin de semana participando como expositora en el mercado medieval del pueblo donde vivo. Precisamente os quiero hablar de este último tema: los mercadillos. Como ilustradores, ¿merece la pena participar o no?.





Bien. Es cierto que esta cuestión puede resultar un poco vaga, ya que la respuesta depende fundamentalmente de dos factores: del tipo de mercadillo en el que quieras participar, y, aún más importante, de tu objetivo, es decir, por qué quieres participar.

Como ilustradores, debemos tener en cuenta que el género que llevamos para comerciar no suele ser el típico de los mercadillos de artesanía: rara vez encontraremos puestos en los que se vendan láminas o postales, mientras que sí que encontraremos muchos de bisutería, ropa o comida. Normalmente, el público que asiste a este tipo de eventos espera encontrar productos baratos, por lo que difícilmente generaremos beneficios a partir de nuestras ventas. Además, no todo el mundo sabe lo que es la ilustración o lo que significa ilustrar (al menos en España), por lo que tampoco comprenderán qué es lo que estamos exponiendo o el valor real que se esconde tras nuestro trabajo.
Por esto que acabo de escribir, bien puede parecer que los ilustradores lo tenemos todo a la contra, y que no vale la pena correr el riesgo. Sin embargo, pienso que hay que animarse y que hay que apuntarse a este tipo de aventuras, y ahora te voy a argumentar los por qués:

- Los mercadillos son un escaparate excelente. Es una manera de dar visibilidad a nuestro trabajo y, por consiguiente, a la profesión: por lo tanto, no sólo sirven para mostrar lo que somos capaces de hacer, sino que también ayudan a educar a los asistentes y enseñarles que se puede vivir del dibujo de manera profesional. Gracias a la presentación de tus productos, pondrás en valor al resto del gremio y acabarás, poco a poco, con la creencia de que los creativos no tenemos futuro.

- A través de estos eventos, recibirás una opinión directa por parte del consumidor de tu obra. Por desgracia, y como ya sabrás, la ilustración es una profesión tremendamente solitaria: nos pasamos horas y horas trabajando en un dibujo, encerrados, sin hablar con nadie, lo que en ocasiones puede hacernos perder el foco sobre lo que estamos creando. Pienso que es positivo saber lo que los demás piensan sobre nuestro trabajo, al menos hasta cierto punto. Cuando tienes una paradita en un mercadillo, es fácil detectar quién es tu público y qué es lo que le gusta: ¿tu público es femenino o masculino?, ¿les interesa más tu trabajo analógico, o el digital?, ¿te compran más postales, o quizá más fanzines?... Esta criba te ayudará a seguir evolucionando como creativo y te dirigirá hacia el buen camino.

- Los mercadillos no sólo están ahí para conocer a clientes potenciales, sino también a otros colegas artistas o artesanos, y por consiguiente para aprender de ellos. Siempre habrá algo de tu vecino de parada que puedas aplicar en tu vida, ya sea profesional o personal: sacarás ideas para concebir  productos nuevos, conocerás formas de exponerlos, te dirán dónde conseguir expositores o cómo crearlos tú mismo, etc.. A veces, simplemente una pequeña charla servirá para conseguir un nuevo contacto.

Como te decía antes, los mercadillos al uso (de artesanía o medievales), no suelen reunir las condiciones idóneas para generar ingresos con nuestro trabajo como ilustradores: esto no quiere decir que no vayas a vender nada de nada; simplemente, lo tendrás un poco más difícil que el resto de tus compañeros. Sin embargo, para que no te desanimes, quiero que sepas que existen otro tipo de eventos en los que los ilustradores son más que bienvenidos: me refiero a los mercados de dibujo o, directamente, mercados de ilustración.



En este tipo de mercados, los ilustradores nos movemos como peces en el agua, ya que lo que se busca precisamente es generar un espacio donde podamos exponer nuestras obras, intercambiar opiniones, conocer a colegas de profesión y, por supuesto, vender parte de nuestro trabajo a un público que, en su mayoría, conoce el mundo de la ilustración y es partícipe del mismo. Siempre es interesante acudir a esta clase de citas, ya que también suelen asistir otro tipo de creadores que se nutren de la ilustración, como por ejemplo escritores, animadores, etc.. ¡Nunca viene mal que se lleven a casa una de tus tarjetas de visita!.

En la foto, estoy en un Mercadillo de ilustración que se celebra de manera puntual y espontánea en el Gastrobar Mastropiero, en Cáceres. Aparte, existen otros mercadillos y eventos a los que, si se puede, no se debería faltar en calidad de expositor, tales como el mercadillo de dibujo Mazoka (al que espero ir antes de que termine el año), el Salón del Cómic de Barcelona, etc..

En conclusión, y siempre desde mi opinión personal, nunca está de más apuntarse a cualquier mercadillo de arte o artesanía que se nos presente. De hecho, considero que hay que procurar participar, pues nunca sabes quién puede cruzarse en tu camino. No sólo te lo pasarás pipa, sino que también le darás visibilidad a tu trabajo, lo venderás, y aumentarás considerablemente las probabilidades de que te contraten para cualquier trabajo futuro. A fin de cuentas, de lo que se trata es de disfrutar, y os aseguro que en los mercadillos se disfruta mucho. A pesar de que puede resultar muy cansado, siempre volveremos a casa con una sensación de lo más gratificante. ¡Os lo garantizo!

lunes, 7 de octubre de 2019

Profesionalízate: crea tu porfolio.



¡Bienvenidos de nuevo al blog! ¿Qué tal estáis? ¡Espero que con fuerzas para afrontar este lunes!

En esta segunda entrada, me gustaría hablar de un tema de bastante importancia para cualquier creativo que quiera profesionalizarse y monetizar su trabajo: se trata de la creación de nuestro portolio. Con ello, pretendo daros pautas y consejos para hacer que vuestro porfolio funcione y os empiecen a llegar encargos.

Como ya sabéis, trataré el tema desde el punto de vista de la ilustración, si bien en principio los consejos que os quiero dar se pueden aplicar a cualquier trabajo creativo, ya sea el diseño, la animación, la fotografía, el mundo del maquillaje, etc..

¿Estáis listos? ¡Empezamos!

¿Qué es un porfolio?
Un porfolio es una carta de presentación, una muestra de nuestro trabajo como ilustradores, un compendio de aquello que mejor sabemos hacer. Normalmente, para hacer un porfolio físico, bastará con que metamos en una carpeta o en fundas de celofán algunas láminas que representen nuestro recorrido. Si se trata de un porfolio digital, pues haremos lo mismo, pero con un archivo PDF, una presentación en Power Point o en Google Slides, etc.. Se trata, pues, de unificar tu trabajo en la herramienta que más te convenga.

¿Para qué sirve el porfolio?
El porfolio sirve para conseguir trabajo y para darte a conocer. Es así de simple. Sirve para presentar tu candidatura ante cualquier editorial, agencia o cliente privado, y así demostrar lo que sabes hacer y cómo.

¿Cuántas imágenes ha de tener un porfolio?
En principio, depende de a quién quieras presentarlo. Sin embargo, dada mi experiencia, te recomiendo que no hagas un porfolio de más de 20 imágenes (incluso 20 ya me parecen demasiadas). Diría que entre 15 y 20 es el número ideal, pues te da margen para incluir trabajos de distinta índole: series de dos o tres ilustraciones, dibujos en blanco y negro, o en color, dibujos en técnica tradicional y digital, etc.. Ten en cuenta que, probablemente, el editor o director creativo que vaya a analizar tu porfolio no va a pasar más de un minuto examinándolo, ya que no va a ser el primer porfolio que vaya a ver en el día y, seguramente, tenga mucho trabajo por hacer. De ahí que el porfolio haya de ser conciso y, a ser posible, variado, para que nuestro editor no se aburra.

Soy ilustrador y tengo varios estilos: ¿puedo incluirlos todos en un solo porfolio?
De nuevo, la respuesta es depende. Si lo que quieres es trabajar haciendo álbumes ilustrados y libros infantiles y juveniles, lo idóneo sería incluir imágenes de corte infantil y adolescente, y dejar aquellos trabajos de estilo más adulto de un lado: imagínate que, además de dibujar para niños, te dedicas a hacer cuadros abstractos. Para colaborar con una editorial infantil no es necesario que muestres esta segunda clase de obras; sin embargo, si quieres trabajar en publicidad, o haciendo viñetas políticas, o ilustrar haikus y demás poemas simbólicos, quizá sí te interese mostrar esa otra parte de tu mundo creativo, y dejar los dibujos infantiles para otros menesteres. Como cuando redactas una carta de presentación para una empresa, lo más interesante sería crear dos o tres porfolios en función del trabajo al que te quieras presentar.

¿Puedo incluir en mi porfolio proyectos personales, o sólo puedo incluir proyectos profesionales?
Tal y como he definido antes, tu porfolio es un compendio de tus mejores trabajos. Por lo tanto, puedes incluir proyectos de cualquier naturaleza: lo más importante en este caso es la calidad de los mismos. Todos hemos empezado por el principio, con un porfolio de proyectos personales, a los que hemos ido incluyendo proyectos profesionales a medida que han ido apareciendo. En mi caso, he de decir que sólo tengo proyectos de índole personal en mi porfolio: el motivo principal es que siento que mi trabajo es mucho mejor cuando no me rijo por las pautas de un encargo, sino que me dejo llevar por mis propias ideas. Esto no quiere decir que no sea capaz de llevar a cabo un encargo externo con calidad y profesionalidad: más bien, me gusta la libertad creativa que me ofrece mi porfolio.

¿Puedo incluir diferentes técnicas en un porfolio?
¡Claro! No sólo puedes, sino que debes. En tu porfolio debes incluir aquellos trabajos con los que te sientas cómodo, pues se trata principalmente de demostrar qué es lo que sabes hacer. Así pues, si dominas diferentes técnicas tradicionales y digitales, te recomiendo que incluyas varios ejemplos de cada una en tu porfolio. Puede que al editor, por ejemplo, no le interesen tus trabajos digitales, pero sí le parezcan interesantes tus acuarelas o tus dibujos a grafito, porque su editorial publica sobre todo libros con técnicas tradicionales. En definitiva, cuanto más variado seas, más probabilidades tendrás de llamar la atención.

Ya he definido lo que, desde mi punto de vista, es un porfolio y lo que ha de tener. Como ya os comenté en la primera entrada, tened en cuenta que todo lo que escriba aquí se basa en mi propia experiencia. Los caminos de la ilustración son inescrutables, y cada dibujante tiene su propia manera de actuar. Para mí, lo más importante es compartir con vosotros lo que sé, y ayudaros en todo lo que pueda.

De manera adicional, me gustaría acabar esta entrada resumiendo las pautas descritas arriba, además de daros un par de tips más. Así pues, para hacer que tu porfolio funcione...

- Incluye sólo trabajos de calidad y con los que te sientas cómodo.
- No incluyas más de 20 imágenes.
- Procura que tu porfolio sea rico en técnicas. Además, si lo que quieres es trabajar en editoriales de corte infantil, incluye series que cuenten una pequeña historia con uno o varios mismos personajes. De este modo, la editorial verá que eres capaz de crear un personaje y estilo y mantenerlo durante varias secuencias.
- Haz que tu porfolio sea coherente. Mantén siempre un estilo parecido, no crees contrastes. 
- Si vas a crear un porfolio físico, no lo encuadernes. El motivo es que el porfolio va evolucionando y, de vez en cuando, tendrás que cambiar las ilustraciones antiguas por algunas más nuevas y mejores, para ir así perfeccionando la presentación.
- Tómate tu tiempo. No te obsesiones con hacer un porfolio perfecto, ni dibujes bajo presión. Simplemente, aplica tus conocimientos y crea en función de lo que quieras conseguir, sin prisa, pero sin pausa.
- Mantén la mente abierta. Muchas veces oirás comentarios sobre tu trabajo que no te gustarán. Aprende a segregarlos y a quedarte con aquello que te ayude a mejorar: no te tomes las críticas como una ofensa, ni sientas que no valoran tu trabajo. Ilustrar es un aprendizaje continuo, y de todas las experiencias y comentarios negativos se puede sacar una enseñanza de provecho.
- Nunca digas que eres novato. El principal motivo es que, si te presentas como novato, tu cliente potencial entenderá que eres inseguro, o que no eres lo suficientemente profesional como para pagarte un honorario digno. Tu trabajo vale tanto como el de cualquier otro colega: no lo devalúes, pues de hacerlo, estarás devaluando al resto de colegas y a todo el gremio.

Dicho esto, doy por terminada la entrada. Espero que os sirva y que os animéis a crear vuestro porfolio. En caso de que tengáis preguntas, no dudéis en dejármelas en la sección de comentarios. Además, como compartir es vivir, os invito a que compartáis este blog con aquellas personas a las que les pueda interesar, ¡me haría mucha ilusión! :-)

Os envío un abrazo,

Eva Rodríguez